29 de febrero de 2008

Laberynthus

Necios en los laberintos de mi mente, ecos desnudos carentes de forma. ¿Carentes de forma o carentes de fondo? Ilusiones blancas, ilusiones inconexas. Miedos terribles; a la repetición y a los ecos; al vacío sin respuesta; a la banalidad de la piedra que es aventada al río. Porque, finalmente, ¿cuál es la piedra que causa las olas en el torrente? ¿Cuál la que sostiene la cúpula del santuario?

Un andar triste cabizbajo. Un andar sereno e indiferente. Un andar alegre, exaltante. Todos los andares se confunden en las calles; todos ellos son la sangre de la ciudad siempre cambiante. Mis andares no son, no veo que sean, como los andares de aquella película: mis pasos caen en las huellas de otros y veo mis huellas ocultas tras los pasos de los que me siguen.

Ayer vi la cabeza de una muñeca colgada en un taxi. Ayer fue la cosa más triste que hubiese visto. Hoy veo mis manos manchadas de semen. Hoy no recuerdo la tristeza de ayer: la tristeza de hoy. Odio mi tristeza y me regocijo en ella y en mi odio. Baño todo en tintes oscuros y el mundo me devuelve la oscuridad que ansia mi alma. Siempre la luza al final del túnel es el tren que se acerca a toda marcha.

Soñar sueños de grandeza es clavarse un cuchillo en el alma. Caminar en el borde viendo al infinito. Alegrarse viendo al mar en la concha descubierta en la arena. ¿Mi alma sucia algún día alcanzará el gran mar?

Dijo aquél sabio que no sabía nada. Mi orgullo me ciega a tal hazaña. Quiero saber que sé. Necesito hacerlo. Necesito el abrazo de un dios falso. Necesito la seguridad que da la mediocridad y la calidez que da el saberme superior a ella. Soy el hermano de aquel detective, disfrutando de mi conocimiento.

Una vez me vi en el espejo de feria. Ahora juego a que soy el monstruo que vi en el reflejo. Ahora soy el monstruo que juega. Ahora el reflejo.

Parece que escribo ya sólo para decirte lo mucho que me he apartado. Veo lo escrito y le escucho gritar: «¡Futilidad!». Escribo y escribo y no me muevo, como reina de cuento victoriano. Quiero, quisiera, contar los mil sueños. Quiero, quisiera, ver todos esos amaneceres en cúpula de Miena. Pero la verdad, dragón, tengo miedo. Ese miedo que descubro insuperable (¿Será?). Ese miedo de ser más que lo que soy. Ese miedo de ser. Soy un cobarde y qué trabajo cuesta escribir ese texto.

Por cada Dédalo que sale del laberinto, un Ícaro se ahoga en el mar.